Un samurai caminaba un día con su perro cuando, de repente, éste, enseñando los colmillos por primera vez, se puso a ladrar furiosamente en su dirección.
Sorprendido y irritado, el samurai sacó su sable y le cortó de un tajo la cabeza del animal. Pero, en vez de caer al suelo, la cabeza salió volando hasta un árbol situado detrás del guerrero y apresó entre sus mandíbulas una serpiente que se disponía a morderle.
Comprendiendo entonces que su perro no hacía sino avisarle del peligro que le amenazaba, el samurai, desconsolado, lamentó amargamente su gesto irreparable.