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  • Oriol Siurana JimenezDojocho Oriol
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    Olvídate del jefe

    Permíteme remitirte a un pasado en el que ni te sonaba la palabra “dojo”.
    Un pasado en el que tu contacto con las artes marciales se basaba en las películas de Bruce Lee, Donnie Yen, Jackie Chan…
    Incluso podías tener la suerte de conocer a un artista marcial que te explicaba que pasaba en un tatami.
    Cualquier persona con emociones que se encontrara fuera de las artes marciales podía perfectamente ver al artista marcial pegando al saco o a los tocones de madera e imaginarse a sí mismo haciendo lo mismo en la cara de quien le atormentaba sin que ello la hiciera, necesariamente, mala persona.
    Muchos hemos soñado con “el poder” de las artes marciales y de las herramientas que podríamos tener para usarlas según nuestro criterio.
    Entre esas personas puede haber el que quiere las técnicas para hacer el mal, el que las quiere para hacer el bien o el que las necesita para que no se haga el mal sobre él.
    Puedo apostar la mano y sé que no la pierdo si afirmo que todo aquél que lee esto ha presenciado o sufrido un acto de injusticia y ha pensado, por unas décimas de segundo, en la imagen del “malo” siendo vencido con una técnica.
    Es posible que algunas de estas personas de emociones heridas haya pisado el dojo con el enfado o la frustración aun en el corazón.
    Pero hay que abandonarlo, como mínimo, a diez metros de la puerta del dojo.
    Es, para mí, la primera parte de un entrenamiento de calidad. Forzar al alma a pactar una tregua con el mundo. Por mucha rabia que de.
    Esto tiene dos objetivos básicos: Anular emocionalmente a aquél o aquello que nos ha herido, expulsar de uno las sombras. Por otro lado, alguien que aspira a considerarse artista marcial, debe luchar por adquirir un refinamiento espiritual que le permita esta en paz en el mayor caos.
    Si ya de por sí, uno debe convertirse en el propio templo, durante una sesión de artes marciales, debe rendirse el mayor de los respetos, así como con el templo del resto de compañeros.
    Aquél que pisa un dojo se enfrenta a sí mismo, a unas técnicas que requieren la mayor atención, al sufrimiento físico y mental, a una etiqueta implacable, a la frustración.
    Si un grado alto, que tiene la capacidad de estar por varias cosas a la vez, no permite que su vida personal tome partido en su entrenamiento, un grado bajo (como lo soy yo en la actualidad) tiene muchísimo menos derecho a permitírselo.
    Uno debe tomarse este reto como una responsabilidad y como un regalo.
    Una responsabilidad hacia su propia seguridad y la de los compañeros.
    Un regalo hacia el corazón: decirte a ti mismo que te mereces este momento, te mereces ser para ti y para algo bueno durante este rato.
    Por ello, algo que trabajo y animo a mis compañeros a hacer es identificar a aquél o aquello que nos ha herido, enfadado o frustrado y decirle: te quedas fuera del dojo, me permito aparcarte aquí.
    ¿Quién sabe? Puede que se harte de esperas y cuando salgas ya no esté.

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